divendres, 30 de novembre del 2007

Miradas infantiles

Héctor Enciso Carrillo

Desde el siglo XVIII con la introducción de la maquinaria en las distintas ramas de la industria, los dueños de las empresas capitalistas pudieron utilizar a toda la población femenina e infantil en los centros fabriles. En el periodo artesanal y manufacturero de la industria no era posible la utilización masiva de mujeres y niños, pues el trabajo era realizado manualmente, con herramientas individuales cuyo empleo era posible sólo para los hombres, dada la fuera física humana que se requería. Ante la creciente demanda de productos manufacturados en el mundo, los empresarios se vieron obligados a incrementar su producción y, para lograr esto, primero introdujeron la división del trabajo en el seno de lo talleres artesanales y, posteriormente, introdujeron las máquinas movidas ya no por la fuerza humana, sino con la utilización de las fuerzas de la naturaleza: las caídas de agua en los ríos, el viento, la generación de vapor utilizando combustibles, etc. Este proceso fue hecho no –como nos dicen los apologistas de la explotación desmedida de la clase trabajadora- sobre la base del deseo de hacer progresar a la humanidad y buscar liberar a los trabajadores de su penosa carga de trabajo, aligerándoles el esfuerzo, acortándoles la jornada, y haciendo que sus sufrimientos disminuyesen.

No, la gran transformación de los medios de producción, ha tenido como motivo propulsor fundamental, no el deseo de brindarle al género humano condiciones más humanas y benefactoras para eliminar los males que ha padecido, por el contrario, ha sido el deseo de acumulación de riqueza en unas cuantas manos, lo que ha movido a los empresarios a innovar los medios de producción, la organización misma de la producción y de cambio de productos. La búsqueda de tasas más altas de ganancia a costa del esfuerzo de los trabajadores ha sido y es hoy todavía el alma de la “acometida emprendedora” de los dueños de la riqueza, para crear medios de producción más perfectos.

Por esta razón, el surgimiento de las máquinas ha permitido a la clase empresarial la utilización de niños y mujeres en los centros fabriles, en las minas, en el campo, y en toda actividad productiva en la sociedad. Los obreros diestros y en plena edad productiva han sido, desde entonces, sustituidos por obreros jóvenes, mujeres y niños, a los que se les puede pagar un salario inferior, y, por tanto, los empresarios pueden lograr más ganancias a costa de la explotación del trabajo femenino y el trabajo infantil. La introducción de las máquinas y su continuo perfeccionamiento, lejos de liberar a la clase trabajadora, la ha sometido aún más, pues no aligeró el trabajo, y aunque se ha podido reducir la jornada laboral, la intensidad del trabajo ha aumentado cada vez más y los salarios siguen permitiendo solamente que el obrero y su especie apenas sobrevivan. Por tanto, el trabajo es tan duro y embrutecedor o más que antaño; los salarios son tan miserables o aún más que en siglos pasados.

Cuando los organismos internacionales se “congratulan” de que el grave fenómeno de la explotación infantil “está disminuyendo”, sólo están repitiendo las mismas cantaletas que se han utilizado durante siglos para encubrir un fenómeno que tiene hondas raíces económicas y que no se va a erradicar con buenos propósitos, pintando a la realidad color de rosa o suministrando a la humanidad los somníferos de “estadísticas” bien maquilladas.

La OIT (Organización internacional del Trabajo) señala en sus recientes informes que: existen el globo terráqueo 246 millones de niños que trabajan, de los cuales 73 millones son menores de 10 años; cada año mueren 22 mil niños a causa de accidentes de trabajo. La OIT está impulsando un programa a nivel mundial que pretende erradicar el fenómeno del trabajo infantil. No dudo de que haya buenas intenciones de parte de ese importante organismo internacional. Sin embargo, dijo alguna vez un filosofo “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. No creo que tampoco debamos caer en el pesimismo, pero, de cualquier forma, nos asalta la duda ¿Será apelando a la buena conciencia de los empresarios y de sus gobiernos que se eliminará el trabajo infantil en México y en el mundo; tan sólo porque esos señores del dinero vean en las miradas de los niños el sufrimiento que los agobia con el trabajo? En realidad, no soñemos, la palabra la tiene la clase trabajadora del mundo, el camino para eliminar este grave problema como otros está en su propia voluntad, en su educación política, en el avance de su organización y su lucha.